¿Por qué es importante la cultura para las personas?

Las culturas conviven hoy en día en una suerte de crisol que, aun a pesar de su cercanía a la disolución, guarda grandes beneficios para nuestra humanidad. Un entramado invisible de visiones del mundo, expresiones únicas de una lengua y valores que están esperando ser descubiertos y disfrutados. Desde el cambiante occidente hasta la hermética Isla Sentinel del Norte.

 

De la cultura a la identidad

 

El concepto de identidad, redundantemente y aun a pesar de su gran caterva de ambigüedades que paso a paso ponen en cuestión su esencia como idea o pilar social, es aquello que nos define como seres humanos. Bajo el prisma de la cultura, a su vez, un bosquejo de la idiosincrasia, los valores y, en definitiva, de los rasgos que, en una suerte de conjunto, caracterizan una sociedad. Como es evidente, y en un mundo ya extremadamente globalizado y donde las culturas se mezclan entre sí y conviven día tras día, todo cariz atávico de nuestra identidad, esa herencia transgeneracional que
ha sobrevivido largo tiempo intacta, es ahora líquida y cambiante.

Profundizando en su definición, Economipedia explica la cultura como un conglomerado de elementos que la integran y donde, además de la mencionada identidad, hallamos también el lenguaje, las normas e incluso los símbolos que, aunque propios, las culturas no comparten entre sí con total exactitud. Sin embargo, en esta mencionada era donde las sociedades se interconectan importando identidades y adaptándolas a sus nuevos espacios de convivencia, la multiculturalidad puede ser realmente beneficiosa. No sólo en cuestiones que nos atañen colectivamente como el racismo y los derechos civiles, sino en relación a nuestro crecimiento como seres humanos.

La cultura en la globalización

 

El ser humano, acotado por un sedentarismo innato que a menudo trasciende el plano físico para instalarse en el mental, tiende por naturaleza a defender su territorio y, por extensión, su cultura e identidad. Históricamente, cada una de las sociedades del mundo ha tratado de proteger aquello que las define con cierta omnipresencia, desde los rasgos que unifican la cultura occidental como la entendemos hasta las tribus de aborígenes de las islas más remotas. De hecho, existe el caso de la Isla Sentinel del Norte, perteneciente a la India y ubicada en las Islas Andamán, donde tal es el propio proteccionismo que el estado indio reconoce su derecho a no contactar con el mundo exterior.

Por supuesto, la decisión de no contactar con el resto de civilizaciones por miedo a lo desconocido o pavor a enfrentar una extinción cultural está más que justificado. Según la UNESCO, existe actualmente una estimación de 3.000 idiomas en peligro de extinción a nivel global, contando con 230 lenguajes extintos desde 1950. Una difícil tesitura, teniendo en cuenta que la globalización empuja a las culturas a intercambiar conocimientos ancestrales y, a fuerza de su influencia y consecuentemente, acceder a una modificación gradual de sus tradiciones. Algo que ya ha ocurrido a lo largo de la historia, tomando como ejemplo la entonces colonia española de Filipinas cuyo idioma, el tagalo, cuenta hoy en día con muchas de sus palabras en castellano.

Lejos de entrar en un debate sobre la consecuente pérdida cultural que han sufrido incontables civilizaciones durante la era dorada del colonialismo, e incluso a la inversa en occidente en la reciente historia, la multiculturalidad se palpa en todas partes. Asimismo, ello no debe tomarse como una lucha entre culturas, donde una debe supeditarse a la otra cediendo a la inexorable disolución de la identidad. Más allá de ello, compartir culturas nos hace más abiertos frente a un mundo cuya riqueza se basa, esencialmente, en su maravillosa diversidad. Contribuyendo a explotar nuestras capacidades llevándolas a límites antaño inimaginables.

 

Los beneficios de la multiculturalidad

 

Como bien recoge Economipedia, el contacto entre culturas aborda distintos frentes cuanto a su aportación a cada sociedad. Por una parte, fomenta la creatividad, así como mejora la capacidad crítica, dado que la diferencia de prismas nos obliga a adoptar un punto de vista distinto de lo que nos rodea. Del mismo modo, aumenta nuestro conocimiento, dado que dicho intercambio labra portales a otras culturas abriéndonos a otros valores y sesgos de identidad. Añadiendo al conjunto su fomento del ocio y el entretenimiento, ya que, a pesar de la universalidad de las emociones, cada cultura las expresa a su modo y, por ende, da cabida a nuevas formas de entender al ser humano desde su vertiente artística.

Retomando el ejemplo de la lengua, si bien es preciso preservar las lenguas en peligro de extinción, algunos vocablos intraducibles dan un cariz de precisión al mundo.

Palabras que nos facilitan expresiones que, en nuestra propia lengua, quizá serían inabarcables. Tales como waldeinsamkeit en alemán –la sensación de estar solo en el bosque–, cafuné en brasileño –cuando peinamos el cabello suavemente con los dedos– o incluso otras más peyorativas, pero de igual interés y divertimiento como bakku-shan en japonés –en referencia a una mujer que aparenta ser hermosa por la retaguarda, pero que no lo es vista por delante. En definitiva, sólo un ejemplo de cuánto tienen por aportar las culturas entre sí para beneficio de nuestras aptitudes, pero más importante aún, de nuestra propia humanidad.

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Cesar Ruiz